Tranquilo


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20.4.11

Allá arriba, en la tierra, mi nombre se incendió.-

13.4.11

Hoy estuve nadando con fantasmas, y canté.

Permitanme tomar mi cráneo un último segundo. Permitanme comenzar a batirlo como en oscilaciones de marea. Nada sangra más que una herida en la cabeza. No existe sensación que se le compare a este sentimiento; el de una inundación desde lo alto de la espina progresivamente hasta abajo.
Una sensación invertida de estar llenandose;
¿De aire? ¿De qué? Tal vez ese oxígeno que ciertamente estuve necesitando. Baja ahora por toda mi espina.
Soy quien tuvo las alas rotas. Quien antes que volar tuvo que destrozar sus pies.
Soportar la inmundicie de la terrenalidad. Soy quien está enfurecido con el vivir del tedio en las planicies. Pero eso ya no más. Mi alma nace a borbotones ahora, en esferas rojas y rosas. Mi cara dibuja una sonrisa al fin. Cada cuerpo ocre desdobla de a poco cada porcion de alma que quedaba en este cuerpo cansado de correr. Ahora la paz viene en oleadas de sordera. O silbidos. Tal vez es ruido blanco. Ruido rojo. Los ojos que esta tierra maldita me dió se apagan y no los ilumina más destello alguno. Quien no quería nacer está concretando su partida. Los ojos son las puertas del alma, se sabe. Pero nada sangra más que una herida en la cabeza.
Siento esta vez el olor a pasto mojado, el ruiseñor es maestro de sinfonías, los insectos acarician la oquedad de mi cuerpo, el aire corre despacio y recorre cada centimetro de mi piel.
Nada sangra más que una herida en la cabeza. Y a veces querer volar solo lleva al precipicio.


Mi hielo interno; mi hielo todo
este es el sueño en carne viva y no un desvelo
el momento antes de nacer de nuevo.

El alma despojada de toda belleza
nace de los poros de esta bajeza
de la inmundicie, el alma y su extrañeza.

Aquí mi cuerpo vapuleado clama escapar
abandonar el mundo que no quiso escuchar
Mas fragmentar la cabeza no es forma de volar.


Ahora soy el fuego de la humanidad vertido en un cáliz maldito, pútrido y compartido. ¿Cuántas almas nadaran acá conmigo? Todo el fuego cansado y hastiado de la humanidad ahora lame la herradumbre de este cáliz negro. No somos más que la otra cara
de quienes soportaron sus huesos hasta el quebrar. De quienes vieron caer sus dientes con espasmo, quienes perdieron todo control de sus esfínteres y dejaron palidecer su corona.
No somos más que aquellos que dijeron Basta. ¡Basta! ¡Porque Basta! Si verse vivir es arremolinarse entre seres que en silencio apuntan un arma a la cara de uno. Y ser asesinado, tan idiota, despues de vivir pensando que todo es un ensueño. Que vivir es construir castillos en los montes y mirar maravillado las tierras labradas por fuerzas divinas.
Pero ¡Basta! Si esos castillos no nacen de la tierra, no los enraiza ningún lazo de madera. Esos castillos, querido soñador, los construyen manos cansadas, cuerpos golpeados. A esas tierras la labran desde animales a congeneres. Azotados a diarío por la crueldad del sol. Debilitados por las precipitaciones, pierden toda esperanza de alguna vez, alguna vez ser dueños de lo que sus manos tanto sangran.
Por eso es que ¡Basta! Si vivir es un sueño, vivir el sueños es una pesadilla. Por eso ¡Basta! Prefiero prenderme fuego y lamer óxido a quedarme a ver como el soñador es aplacado por la furiosa realidad. Porque los castillos caen encima de uno al final.

Y lo que queda en el medio es carne podrida.
Ángeles nada celestiales cuyas alas han sido extirpadas
para ser quienes deambulen la línea de fuego.
Para que sus lamentosos gritos se apaguen tras pólvora y combustibles.

6.4.11

La calma.

Me dijeron que no podía correr mientras apretaba mis sienes con afán de exprimirlas hasta desahuciar el grito reprimido. Me dijeron quinientas veces que pare, que exhorte al demonio a frenar la locura voraginosa que comienza cuando las venas comienzan a encenderse con cierto círculo por motor y que el ceño fruncido comience a conmocionar las palabras. Quinientas veces escuché esas palabras que nunca seguí. Quinientas y una noche escupí en la cara al benefactor interior y sublime me deje nadar en un río de incomprensiones internas y abismos verdes y grises.
La cúpula de mi pecho partía el esternon y se llenaba de espectros de agua y ceniza; espectros de la noche ígnea y la madrugada ahogada. Cada espectro llevaba una corona de espinas para mis quinientos gritos. Cada espina era un ultraje a mi alma, una injuria a quienes saben abrazar el corazón. Puesto que mi cúpula sombría le era reticente a la mirada tierna de las nubes lanzaba entonces cientos de rayos que apesumbraban la más dulce de las praderas. ¿Qué queda entre ese ceño fruncido y este pecho execrable? Un corazón entre rejas. Que ni el más flexible de los verdugos soltará la llave. Amor amor hacen falta armas a veces. Una pelea entre lo magnánimamente lógico y lo más oscuro del comportamiento. Los canes se ahogan en los mares. Pero están esas veces que entre la vorágine se escuchan aullidos. El perro herido. Y las espinas dejan de sangrar. Las sienes azoradas se calman. En esa gran cúpula de repente irrumpe un haz de luz entre la neblina. Una luz de canto, una luz de pleno már amor.
Hay noches que los perros aprenden a sustraer el oxígeno arcano del agua.
Hay noches que las branqueas cortan sus gargantas.
Y el lobo comienza a nadar.
Y yo me detengo de esa maratón agobiante.
I sit by the river.
Y veo el alma del río que camina, tranquila entre las rocas.

5.4.11

//Escuchar//
//Sentir//
Nada de eso sirve hoy.
Entonces



Eructo
Ercuto
Luego Existo.

27.3.11

Tal vez si hay paz...
Después de todo...

IV

Este es el desahucio de mi hastío.
La mano velluda sostiene la cuerda rugosa. Los nervios se tensan. La mano inaugura la horca con afán de verdugo. Farewell. El aire se te va, la posición fetal se transforma en un crispar de piernas, en el revoltijo de una babosa bañada en sal, en lo más macabro de tu letargo. El punto máximo de dolor, de muecas tan honestas como el dolor punzante que se siente, que se respira. Por fin abrís los ojos. Esa muerte fingida es parodia de la que está en tu porvenir. Ojos rojos de bestia. Te despojo de este circo, acémila indeseable. En este útero maldito yo te ahorco. Mi mano de verdugo te condena.
¿Para qué vas a volver a nacer si podes morir ya?
Ya y de una vez.
Para que yo
pueda
por fin
nacer.

III

Si al final dormís, insisto, no hay hilo que te envuelva en lógica.
Insisto en que se te ahorque con el hilo lógico.


Regla prima: No dormir.

II

¿Por qué monstruo? ¿Por qué?
Si despues no haces más que volver a dormir.
¿Por qué nacer?
Si no morir.

Tu sueño; la muerte fingida.
La seda puede volverse aspera.

I

¿Por qué es que nace?
Si tiene su todo escudo, una seda fertil.
¿Por qué llegar a la osmosis rabiosa?
¿Por qué es que nace?
Si nacimiento es milagro mas este es infame. Es el nacimiento de lo que grita y corroe. Nacer es verse morir para no saber no saber no saber nada, nada más.
¿Y por qué es que nace?
Si envuelto en las sombras de un óvulo se acobija despacito, apasible, taimado. Si su posición fetal hasta evoca caóticas descripciones de lo peligroso nato latente. Verlo; que si nace explota. Explota desde dentro del útero cotidiano para arruinarlo todo. Para abrir el pecho del huesped y librar 7 males.
¿Por qué llegar a la osmosis de la rabia?
Uno no elige su animal interior.
Mas no hay paz sin él.
Sin el nato peligro latente.
Sin el útero en sombras.
Sin la rabia de preguntar ¿Para qué verse morir?

15.3.11


Es filosofía de todos los días.
http://elmonoambienteluzmineo.bandcamp.com/

12.3.11

Si tan sólo es tu prisión;

-La humilde morada-

¿Por qué no adornar cada esquina de córneas?

Si. Córneas y labios mudamente tiernos,

labios que llenen los silencios con odas a la opresión en tu pecho.

Esa que no te deja dormir. La red polisignea que araña tus sienes.

Córneas que estén a la vigía constante

En vigía de esos pensamientos que se arremolinan tras los barrotes de tu mente.

¿Por qué no adornar el silencio de las bocas con nombres?

Nombres. Nombres que separen y desmembren cada amor que se tiene por los músculos

Por el corazón y el labio.

Por cada suspiro ausente.

Por cada carne fantasma.

Que no se ve;

Que se siente.

Que está,

Que no está.

Al vuelo helado
al sentir volado
al éxtasis en demasía
al entumecer del ser
al sexto vuelo doblado
al desdoblado sentir
al proyectar enfermo
al sentirse doblado.

A todo aquello que escapa de mi.
Y me impregno
Me salpico en mi
Me lleno de esos vacios que obnubilan el pecho
Me arrastro en este vaho, salpicado en moho lleno de asperezas
De sinsabores
Me lleno de esa nada que repleta el espacio impudico de tu esternon
Me arrastro
¿O me dejo arrastrar?
Despues de todo,
esto es un rio de arena.
Todo esto es no más quie la triste proyección de una cara perdida en un cristal
Y se apaga
Y se pierde
Se funde con el entorno
y nunca más
nunca más
No
Pues los ojos brillan
La retina sulfura
La angustia no palidece;
toma color.
Se llena de esa nada que envuelve
Que canta
Que arrastra.
Porque la arena nos recuerda la individualidad del ser
Cada granito
Cada aspereza
Todo y nada
se funden
en
este
esternon.

3.1.11

Un tal.



Considerablemente deprimido, Lucas se dice que a esas alturas lo único
que cabe es una especie de intrapolación: también esto, lo que está pensando en este momento, es un mecanismo que su conciencia cree comprender y controlar, también esto es un antropomorfismo aplicado ingenuamente al hombre. «No somos nada», piensa Lucas por él y por el pulpo.


—¿Se le perdió algo, señor? —inquirió la señora entre cuyos tobillos proliferaban los dedos de Lucas. —La música, señora —dijo Lucas, apenas un segundo antes de que el senador Poliyatti le zampara la primera patada en el culo.


Como es natural, los estudiantes se precipitan inmediatamente a sus diccionarios para traducir el pasaje, tarea que al cabo de tres minutos se ve sucedida por un desconcierto creciente, intercambio de diccionarios, frotación de ojos y preguntas a Lucas que no contesta nada porque ha decidido aplicar el método de la autoenseñanza [...] cosa a la que Lucas responde que muy bien podría ser aunque lo más seguro es que quién sabe.


Lucas es un clínica de cinco estrellas, los-enfer-mos-tienen-siempre-razón.


Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede compararse a
la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En ese horror no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente, es decir que todo empezará lo más bien, suave y silencioso, pero ya hacia el final, guardando la misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de caza, una detonación más bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en sus soportes y agitarse la cortina de plástico de la ducha. Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos, tales como inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso supremo, agarrarse las nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el diámetro del conducto proceloso. Vana es la multiplicación de silenciadores tales como echarse sobre los muslos todas las toallas al alcance y hasta las salidas de baño de los dueños de casa; prácticamente siempre, al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, el pedo final prorrumpe tumultuoso.


Amarillo,
reflexiona Lucas en voz alta, y eso al mismo tiempo es una orden, mejor con el amarillo que es un color dinámico y entrador, y vos qué estás esperando.


Por supuesto, dice Lucas, a ver si encima de puto me vas a
tomar por gil.


—Ponele —dice alguien—, pero frente a la coyuntura histórica el escritor y
el artista que no sean pura Torredemarfil tienen el deber, oíme bien, el deber de proyectar su mensaje en un nivel de máxima recepción.
-Aplausos.



Siempre he pensado —observa
modestamente Lucas— que los escritores a que aludía son gran mayoría, razón por la cual me sorprende esa obstinación en transformar una gran mayoría en unanimidad. Carajo, ¿a qué le tienen tanto miedo ustedes? ¿Y a quién si no a los resentidos y a los desconfiados les pueden molestar las experiencias digamos extremas y por lo tanto difíciles (difíciles en primer término para el escritor, y sólo después para el público, conviene subrayarlo) cuando es obvio que sólo unos pocos las llevan adelante? ¿No será, che, que para ciertos niveles todo lo que no es inmediatamente claro es culpablemente oscuro? ¿No habrá una secreta y a veces siniestra necesidad de uniformar la escala de valores para poder sacar la cabeza por encima de la ola? Dios querido, cuánta pregunta.


además de la supuración en radiante tecnicolor Lucas se sentía más aplastado que pasa de higo. En numerosas ocasiones Lucas que tiene buen corazón ha puesto en práctica su método con sorprendentes resultados en la familia y amistades. Por ejemplo, cuando su tía Angustias contrajo un resfrío de tamaño natural y se pasaba días y noches estornudando desde una nariz cada vez más parecida a la de un ornitorrinco, Lucas se disfrazó de Frankenstein y la esperó detrás de una puerta con una sonrisa cadavérica. Después de proferir un horripilante alarido la tía Angustias cayó desmayada sobre los almohadones que Lucas había preparado precavidamente, y cuando los parientes la sacaron del soponcio la tía estaba demasiado ocupada en contar lo sucedido como para acordarse de estornudar, aparte de que durante varias horas ella y el resto de la familia sólo pensaron en correr detrás de Lucas armados de palos y cadenas de bicicleta. Cuando el doctor Feta hizo la paz y todos se juntaron a comentar los acontecimientos y beberse una cerveza, Lucas hizo notar distraídamente que la tía estaba perfectamente curada del resfrío, a lo cual, y con la falta de lógica habitual en esos casos la tía le contestó que esa no era una razón para que su sobrino se portara como un hijo de puta.



¿Verdad que funciona? ¿Verdad que es —que son— bello (s)? Preguntas de esta índole hacíase Lucas trepando y descolgándose También Lucas había diferido sus diferencias, porque si un soneto es de por sí una relojería que sólo excepcionalmente alcanza a dar la hora justa de la poesía, un zipper sonnet reclama por un lado el decurso temporal corriente y, por otro, la cuenta al revés, que lanzarán respectivamente una botella al mar y un cohete al espacio. Un vértigo, una brusca irrealidad. Es entonces cuando la otra, la ignorada, la disimulada realidad salta como un sapo en plena cara, digamos en plena calle (¿pero qué calle?) una mañana de agosto en Marsella. Despacio, Lucas, vamos por partes, así no se puede contar nada coherente. Claro que. Coherente. Bueno, de acuerdo, pero intentemos agarrar el piolín por la punta del ovillo.



Son las diez de la mañana y Lucas un poco sonámbulo pregunta a la señora de Informaciones corno se consiguen los artículos de la lista y la señora le dice que hay que salir del hospital por la derecha o la izquierda, da lo mismo, al final se llega a los centros comerciales y claro, nada está muy cerca porque el hospital es enorme y funge en un barrio excéntrico, calificación que Lucas habría encontrado perfecta si no estuviera tan sonado, tan salido, tan todavía en el otro contexto allá en las colinas, de manera que ahí va Lucas con sus zapatillas de entrecasa y su camisa arrugada por los dedos de la noche en el sillón de supuesto reposo, se equivoca de rumbo y acaba en otro pabellón del hospital, desanda las calles interiores y al fin da con una puerta de salida, hasta ahí todo bien, aunque de cuando en cuando un poco el sapo en plena cara, pero él se aferra al hilo mental que lo une a Sandra allá arriba en ese pabellón ya invisible y le hace bien pensar que Sandra está un poco mejor, que va a traerle un camisón (si encuentra) y dentífrico y sandalias. Todo suena como en un mal sueño porque Lucas se cae de cansado y hace un calor terrible y no es una zona de taxis y cada nueva indicación lo aleja más y más del hospital. Venceremos, se dice Lucas secándose la cara, es cierto que todo es un mal sueño, Sandra osita, pero venceremos, verás, tendrás la toalla y el camisón y las sandalias, puta que los parió. Lucas olvidará este momento en que solo y perdido se descubre en lo absurdo de no estar ni solo ni perdido y sin embargo, sin embargo. Piensa vagamente (se siente mejor, empieza a burlarse de esas puerilidades) en un cuento leído hace siglos, la historia de una falsa banda de música en un cine de Buenos Aires.



A la hora de su muerte, si hay tiempo y lucidez, Lucas pedirá escuchar dos
cosas, el último quinteto de Mozart y un cierto solo de piano sobre el tema de I ain't got nobody. Si siente que el tiempo no alcanza, pedirá solamente el disco de piano. Larga es la lista, pero él ya ha elegido. Desde el fondo del tiempo, Earl Hiñes lo acompañará.

J,C.



Lucas.

Nunca pido permiso.
un °Pez.