Tranquilo


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6.4.11

La calma.

Me dijeron que no podía correr mientras apretaba mis sienes con afán de exprimirlas hasta desahuciar el grito reprimido. Me dijeron quinientas veces que pare, que exhorte al demonio a frenar la locura voraginosa que comienza cuando las venas comienzan a encenderse con cierto círculo por motor y que el ceño fruncido comience a conmocionar las palabras. Quinientas veces escuché esas palabras que nunca seguí. Quinientas y una noche escupí en la cara al benefactor interior y sublime me deje nadar en un río de incomprensiones internas y abismos verdes y grises.
La cúpula de mi pecho partía el esternon y se llenaba de espectros de agua y ceniza; espectros de la noche ígnea y la madrugada ahogada. Cada espectro llevaba una corona de espinas para mis quinientos gritos. Cada espina era un ultraje a mi alma, una injuria a quienes saben abrazar el corazón. Puesto que mi cúpula sombría le era reticente a la mirada tierna de las nubes lanzaba entonces cientos de rayos que apesumbraban la más dulce de las praderas. ¿Qué queda entre ese ceño fruncido y este pecho execrable? Un corazón entre rejas. Que ni el más flexible de los verdugos soltará la llave. Amor amor hacen falta armas a veces. Una pelea entre lo magnánimamente lógico y lo más oscuro del comportamiento. Los canes se ahogan en los mares. Pero están esas veces que entre la vorágine se escuchan aullidos. El perro herido. Y las espinas dejan de sangrar. Las sienes azoradas se calman. En esa gran cúpula de repente irrumpe un haz de luz entre la neblina. Una luz de canto, una luz de pleno már amor.
Hay noches que los perros aprenden a sustraer el oxígeno arcano del agua.
Hay noches que las branqueas cortan sus gargantas.
Y el lobo comienza a nadar.
Y yo me detengo de esa maratón agobiante.
I sit by the river.
Y veo el alma del río que camina, tranquila entre las rocas.

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