Tranquilo


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15.9.10

Lo cóncavo de la felicidad.

Son algunos días los que se vuelven pequeños encierros del alma en miseria y le aullan a la soledad de la luna, le aullan al recuerdo de una risa de un Dios familiar. Son habitaciones selladas con dementes de huéspedes, atípicos, que no se golpean contra las paredes hasta volverse polvo, mas se sientan en medio del vacío a perder la mirada mientras pudren despacio sus pensamientos (solos y lejos de la luna). Una risa familiar de un Dios lejano necesitan escuchar. Pero la habitación es herméticamente reticente al eco y no permite asomar siquiera al más estruendoso de los recuerdos. Y el silencio se vuelve tortura, y el Dios, lejano. ¿Se busca entonces otro Dios? ¿Dentro de habitaciones selladas hay otros Dioses? Cada demente llega a distintas conclusiones. El primer demente de la tercera habitación de arriba hacia abajo (¿será también de izquierda a derecha?) comienza a reír solo, se balancea en su autismo y en alaridos despoja risas que le son familiares. Luego calla. Luego ríe. Luego grita y se retuerce en el piso con el estómago hirviendo en risas. Luego se calla. Luego muere. Aprendido que sólo existe un Dios, y ser pagano se paga con la vida.
El cuarto demente de la primera habitación (La de más arriba) comienza a llorar una marchita remembranza y una lúgubre canción, ahora desconoce la risa y se arranca los pelos uno a uno, luego los come, luego los enrieda en su garganta y se deja morir (Sentado y miserable). El tercer demente en la cuarta habitación se acuesta a mirar penetrante el cielo razo mudo de su prisión, procurando que el ardor que sienten sus ojos al no cerrar los párpados queme esa carcel y deje ver la luna para reír de nuevo. Durante horas sus ojos no se cierran y todo su ser se enfoca en fundir aquella silenciosa prisión. Pero todo intento callado es futíl y sus ojos se funden con su nuca dejandolo vacío.
El segundo demente en su respectiva habitación se sienta en el medio a pensar, esboza un bosquejo de sonrisa y acepta el mal día. Asume la posición inicial del útero y escapa al onírico infinito.
Mañana habrá despertado en la luna tal vez, con su Dios de la mano.

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