Tranquilo


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5.8.10

Camino ( - )

Iba pensativo de vagón en vagón (o tal vez estación y yo no ví) arrojando miradas de desapruebo y tal vez una mirada perdida que simule una sonrisa, pero no, yo no te sonrío. Y detuveme en el niño, el niño y sus gulas consentidas en bolitas de soda en bolitas de limón en botellitas de cuajo. Y agradable el niño provoca con un mirar un nunca ya simulacro de sonrisa ante la imagen pura de un cabeza pequeña ingiriendo a correr de conejos y sorbos y sorbos una cantidad inhumana de jugo de jugo de conejo que corre y jugo de conejo que sorbe y jugo de cuajo de limón.
Sonreí. Le sonreí al pequeño, anodadado de la pureza y simpleza que lo arrastra de vagón a vagón (o estación a estación por si no vió) olvidando la tal vez bestia que ese pequeño humano podría llegar a ser. Sonreí. Le sonreí igual.
Y atravesando vagón y vagón y estación y estación la madre lo eleva a la altura de los barandales, a la altura de sus hombros cobijandolo con brazos de consentido.
Y la bestia lanzó 2 metros lejos de sí un brebaje hediente y blanco. Para molestia de la fila sentada en colchones el brebaje les asesinó el ojo les atestó las carteras y les hedió las prendas.
Sonreí, sonreí esta vez por lo insulso de mi anterior mueca, y recordé cuan asquerosos somos todos por dentro, olvidé que la bestia se rodea de bestias y bestias somos.
Sonreí, porque el aire apestaba. Como todos nosotros.

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