Tranquilo


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16.7.10

El invierno no es verde

Uno se pregunta que motivo podría llegar a arrancar como a deforestar un bosque lleno de árboles cuidadosamente concebidos, criados, amados, embellecidos de una manera fugaz. Llévase uno a preguntar si realmente eso es posible... los árboles con sus recuerdos ya son más fuertes que todo lo demás, y saben bien ellos que ni la más fiera de las bestias podría escarbarle la raíz. Puesto que dentro del bosque merodean ya cientos de flujos y focos de energía que son más que un árbol, más que el hada del hornero, más que el lobo en su cueva, más que un pájaro y su vuelo feliz. Entonces tiene que pensarse que el bosque ya es indestructible. O tal vez no. Tal vez el fuego sea universalmente signo de ceniza y lave con penurias cualquiera energía. Mas se atreven a pensar que no. Y alejar el fuego tal vez no sea cosa tan difícil. Ya nacieron desde arácnidos, mamíferos hasta péptidos a base de moleculas. Y el bosque las concibe a las uniones todas. Hasta la de los amantes que buscan su corazón separados por miles de árboles de ojos que no comprenden, que solo ven lo que ven y piensan ver. Hasta los amantes que entre aviones y turbas húmedas aprecian las luces solares que atraviesan los pastos y llenan una espalda y los pies de ese brillo que se retrata para una póstuma lágrima. Y los animales todos se unen a los insectos a los amantes a las moleculas a las hojas a las ramas y sus tallos para conformar una sola cosa que ni el fuego ha de arrasar. O tal vez si. Toda suerte cómo la de todo ente mortal es la de sucumbir a una sombra que consume todo sin necesidad de lavar con cenizas. La sombra traga. La sombra no cede puesto que carece de cara a la cual dialogar. Pero que si el bosque es amigo de la sombra y se asegura un lugar trascendental. Se sabe de bosques, se sabe de muchos, que han perdurado al fuego oscuro y han cocido la boca de quienes se extinguen fácilmente con un poco de llama sombría. Hagamos un pacto. Dejemos a los amantes y a sus correspondientes animales atados a su sombra, que vaguen, inclusive, por su cuenta propia, pero que nunca salgan de su bosque. Permitir que cada pensamiento y cada paso pueda hacerlo más grande. Conciban se entonces, más árboles de la memoria cuidadosamente amados por una caricia que nace del extremo sur de un pecho hasta la punta de un capilar acostado en un suelo húmedo. Hagamos del bosque una sombra entera que nos ate al suelo, que cada sol que alumbre al ojo refleje en el piso la memoria de que por más sólo el ojo que vea, en otro lugar del bosque tiene su par retinal, y éste jamás estará solo mientras la luz manche una sombra en el verde.
Olvidan entonces el fuego, las sombras, los gritos, las depredaciones y se entregan a amar cada rama de los árboles, y a construir a lo largo de un sendero de humus cada vez más árboles que olvidan las distancias, y los kilometros les parecen solo una risa al oído atravesando la noche. Puesto que todo esto que no se puede nombrar, los amantes lo esconden en el bosque.

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